martes, 5 de diciembre de 2017

POLVO DE MARIPOSA



Me escribe el amigo que cómo es, que cuándo y para qué, que dónde poesía. Y me quedo atolondrado y quieto como liebre nocturna en la autopista, enceguecido por los faros del abalanzado camión de interrogantes que raudo y rotundo contra mí se precipita, e hipnotizado por la luz de las preguntas amago atentados de respuesta.

¿Invisible belleza? ¿Danza mental? ¿Música de la lengua? ¿Chisporroteo verbal? ¿Canto en silencio?

¿Saber alegre? ¿Claridad y misterio? ¿Búsqueda del hallazgo? ¿Fogonazo del ensimismamiento? ¿Verdad piadosa? ¿Mentira edificante?

¿Narcisismo venial? ¿Derrota digna? ¿Forja de la identidad? ¿Exageración insuficiente? ¿Un alto pasatiempo?

¿Dicha triste? ¿Lametón de heridas? ¿Amor propio no correspondido? ¿Autodesconocimiento?

¿Intento de invención del horizonte? ¿Aceptación de límites?

¿La calma en el ojo del huracán, como dijera Jeffers?

¿Crucigrama sin preguntas? ¿Pregunta sin respuesta?

Uf. Casi mejor no saberlo.

jueves, 26 de octubre de 2017

EXAGERO PERO ME QUEDO CORTO


Los poetas, como bien nos previnieran los platones, nietzsches y pessoas que en nuestro planeta han sido, y al igual que la prensa, somos tendenciosos y mentimos. Aunque si no pareciera un alegato a favor de la irresponsabilidad sería más exacto decir que no somos nosotros quienes mentimos, sino nuestros poemas. Y es que uno, la mayor parte del tiempo, es algo más que poeta: peatón, por ejemplo, corresponsal, asalariado, pareja, hermano, hijo, televidente o mismamente usuario de Féisbuc.

Pero bien es cierto que --
lo llamemos rapto de las musas, trance o inspiración-- en cuanto uno se pone a cantar, exagera... (Eso lo sabe perfectamente todo aquel que alguna vez se haya duchado de excelente humor.) En una dirección o en otra, tan pronto como uno canta, ¡exagera! Sea amor u odio, sea pena o alegría, ¡exagera! 

Exagera, sí, pero ni así es suficiente... 

«Exagero pero me quedo corto», jo jo jo, podría ser un buen epigrama contra malos y buenos poetas.

sábado, 23 de septiembre de 2017

SEMÁFORO EN ROJO




Remullido en el asiento
de su vehículo a plazos,
ambas manos al volante
y a la espera del semáforo,

un mileurista con suerte,
camino de su trabajo,
suelta el embrague, bosteza
y enciende por fin la radio:

Son las seis de la mañana
de un día, un mes y un año.
Ayer ganamos medallas
y habló el jefe de Estado.

Se opuso la oposición,
siguió el conflicto lejano;
la bolsa, la vida, impuestos
y la ley antitabaco;

la democracia se expande;
alguien inauguró algo;
millones por meter goles
y el viejo escritor premiado.

Hoy habrá fútbol y estrenos,
visita oficial y pacto,
huelga, manifestación
y nubes con intervalos.

Tras el hit comprometido
del cantante solidario,
hablaremos en detalle
de lo divino y lo humano.

Contaremos con expertos,
quedará todo muy claro
y le daremos algunos
consejos publicitarios...

En esto se puso en verde,
un bus y un taxi pitaron
y aceleró el mileurista
camino de su trabajo. 


 Audio: https://soundcloud.com/merinzo/semaforo-en-rojo-2

lunes, 10 de julio de 2017

SABER ALEGRE

Lucian Freud, «Doble retrato», 1985-86.

Visto desde el promontorio del desapego y el ocio (y el ocio es el caldo de cultivo para la única forma de verdadera libertad que yo conozco); desde la antinatural perspectiva del refinamiento y la sublimación de los «bajos» instintos en hipertrofia pensadora; desde la posición del extranjero-en-todas-partes libre de obligaciones externas, todo cuanto hagamos carece por completo de importancia.

En última instancia no somos más que simples e inocentes bestezuelas, microbios que pululan unos instantes sobre la corteza fermentada de una mota planetaria perdida en la inimaginable vastedad cósmica.

Todos nuestros desvelos, alegrías, sufrimientos, ilusiones, culpas y méritos valen lo que el escalofrío de una rata, el picor de oreja de un simio, lo que el intermitente alivio de una vaca al flagelar a rabazo limpio cada pocos segundos el insidioso enjambre de moscas que la acompaña.

Y precisamente por eso lo único que cabe hacer sin autoengaño es asumir nuestra fiera inocencia y danzar juguetonamente hasta caer muertos, jugarnos la vida en el intento, vivir peligrosamente, mirando de frente al insondable abismo, inventándonos pasiones —Voltaire dixit que como Alonso Quijano— para ejercitarnos, a sabiendas de que la vida es hermosa porque acaba

En dos palabras: saber alegre, como recordara Nietzsche en rutilante moneda verbal; dichosa y trágica asunción de las terribles verdades y de nuestra ilimitada y creciente ignorancia; irresistible atracción hacia el abismo.
 

viernes, 16 de junio de 2017

LOS GRANDES (TÍTERES) CLÁSICOS



Escribir sobre otro escritor consiste mayormente en señalar sus aciertos y desaciertos con el fin de hacerle decir lo que de hecho estamos diciendo —o queremos decir— nosotros. Coacción, en caso de que el autor esté en vida. 

Por eso el filólogo «puro» prefiere dedicarse a los autores muertos, ventrílocuo que utiliza a los clásicos como marionetas. 

La crítica literaria vista como un modo de estupro intelectual y la filología como necrofilia letrada o violación de escritores cadáver.

lunes, 15 de mayo de 2017

MIRA LA MANO CON QUE ESCRIBO




Mira la mano con que escribo, la estructura de miles de billones de átomos creados en el útero de alguna estrella, ordenados a lo largo de cientos y cientos de milenios, incierto fruto del devenir, el azar y la inercia, ¿en cuántos seres vivos precedentes?, desde la primigenia célula que habitó el planeta hasta el hombre y la mujer que me engendraron.

Esta mano que avanza en el renglón del tiempo dejando un trazo leve de llagas y de cantos, de gratitud y de miseria,  tan sólo comprensibles —en la brutal inmensidad desconocida, en la pátina de la existencia— por criaturas semejantes (como tú) en actitud y en impotencia, en fértil ignorancia.

Mira esta mano, la carne inteligente que algún día ha de volver a disgregarse, polvo en el incomprensible espacio y en las fuerzas donde el dolor y la conciencia ya no ocurran.

Esta mano, este común milagro que obedece a otro fugaz milagro que es yo (que soy más de lo mismo, congénere: el misterio diciéndose).

Mira esta mano, tú que aún miras; mírala saludarte como a un hermano mientras vamos todos, cada cual a su tiempo, sumiéndonos en el silencio.


martes, 18 de abril de 2017

DE JUERGA EN EL PIREO




—Atenas, 400 y algo a. C.

«Las hijas de los patricios —dice
un joven y fornido remero
a sus compañeros de trirreme;

y lo mismo diría cada uno de ellos
tras tantas copas de más—, esas tristes
ricuras, frescas flores presas,

saben bien que los modelos
de las estatuas oficiales y domésticas
no son sus degenerados y fofos varones,

de sobra saben que quienes posan
para que los mejores artistas idealicen
a sus héroes y dioses

somos nosotros
sus esclavos.
¡Vaya si lo saben!»

Y estallan
como bombas 
anacrónicas 
sus risas.


miércoles, 12 de abril de 2017

TODA ENFERMEDAD ES MENTAL SALVO LA GONORREA



Cuando uno mira atrás es difícil no caer en la engañifa de ver un destino, un patrón, un sentido, un plan. Pero no. Se adentra uno entre las inmaculadas y móviles dunas de la vida y cuando el cansancio le para los pies y por fin se ve la soledad (en movimiento es imperceptible), uno empieza a necesitar reafirmarse, a justificar sus pasos, necesita uno calmarse. Y entonces vuelve atrás la vista y descubre sorprendido que había un camino… Así es como hoy el único destino nos parece ser el pasado, lo vivido, lo que nos hemos hecho. 

Pero aunque ahora hablemos de destino retrospectivo, continúa latiendo subrepticia la ladina creencia en el sentido, un sentido autoconferido. Pero no. La tragicomedia no tiene sentido. Y el uno mismo es una ficción útil, una mentira edificante, que en última instancia es un simulacro de divinidad personal. Buscarle sentido a algo es en el fondo temerlo y despreciarlo simultáneamente. O se abraza el absurdo o se niega la vida. 

Las ideas, por muy metafísicas que puedan parecer, se ajustan a nuestro estado de ánimo. Si me dieran ahora mismo el Nacional de Literatura, varios quilitos y un harem, mi Weltanschauung viraría en cuestión de horas a un sistema más leibniciano. Si me tocara bien tocada la lotería es posible que en breve terminara justificando, cándido de mí, la injusticia universal.  

Sea como sea, si todo es azar (el total fluir de Heráclito o el inocente y trágico devenir nietzscheano son expresiones de esa misma idea), ¿qué culpa tenemos tú y yo? ¿Por qué sufres, hipócrita lector, por qué sufrimos más de lo natural? 

Todo dolor es relativo. Baudelaire lo dice con retranca: Toda enfermedad es mental salvo la gonorrea. El problema no es el mundo. El problema está en nosotros mismos. El verdadero problema no es lo que uno tiene o no tiene, más o menos dinero, más o menos reconocimiento, más o menos sexo (los hay que tienen muchísimo menos de todo ello y sufren menos que tú y yo). ¿Acaso has estado satisfecho alguna vez en tu vida? La infancia y los momentos de éxtasis (místicos o sexuales, literarios o etcétera) no cuentan. Hablo de periodos, no de instantes o momentos. 

El vitalismo trágico viable, no el grandilocuente y megalómano, consiste en dar la batalla sin el anzuelo de la victoria. La victoria, además, es mentira; y por tanto también la derrota. Nadie gana ni pierde. Nada vence a nada. Todo es un mismo fluir. 

El más acuciante problema de media humanidad actual (y me incluyo, faltaría más) es que se siente fracasada. ¡Qué ilusos somos y hemos sido! ¿Qué nos habíamos creído que era esto? ¿Una fiesta? El universo, azaroso o no, la sociedad, el vecino, la parienta, no son los responsables de que nuestros delirios o ilusiones se malogren. La culpa fue del soñar. El veneno inicial fue la promesa del paraíso de las religiones monoteístas, que han asolado la dicha terrenal. 

Los asiáticos aún pueden ser felices. Tal vez también los africanos, afroamericanos y descendientes de las culturas precolombinas que no han sido contaminados por el cristianismo y por la posterior fe occidental en el progreso, la tecnología y el dinero. Nosotros, en cambio, me temo que ya no.

sábado, 25 de marzo de 2017

HELARTE POR EL ARTE

El bufón don Sebastián de Morra (1645), Velázquez.

Patente estetización de la política por medio del kitsch, con claros fines propagandísticos, a la par que subrepticia politización de la estética con fines igualmente propagandísticos. El arte (basura televisiva o El Quijote, Mozart o Los Beatles, Las Cuevas de Altamira o El Guernica), independientemente de sus creadores, casi siempre termina funcionando como mera publicidad —más obvia o sofisticada, para el caso es lo mismo— al servicio del establisment

Y los objetivos de toda propaganda política vienen siempre a ser los mismos: represión sonriente o “shiny happy people”, como cantaran los R. E. M.; policía de paisano o autoridad interiorizada; hierros invisibles o esclavitud elástica; en fin, domesticación no traumática, corrección política

Huxley decía que el grado mayor de esclavitud es la inconsciente y voluntaria. La estética, si en manos del poder político, va siempre indefectiblemente a parar a helarte por el arte

Así fue y así sigue siendo: Virgilio perdía el culo por el César, y Roma y la Cristiandad adoraron a Virgilio. 

Una mezcla de mayordomo y bufón, el artista.

domingo, 5 de marzo de 2017

NON SERVIAM!

Pintura rupestre de la Cueva Morella (Castellón).

Sólo nuestro narcisismo intelectual podía llevarnos a afirmar que la naturaleza imita al arte, previo paso por la afirmación contraria, igual de falaz y narcisa: el arte imita a la naturaleza. 

Es la cultura (los humanos que la conforman), y no la naturaleza, la que imita al arte. 

El arte, al hacernos primero mirar y después ver el mundo y a nosotros mismos bajo una luz distinta, nos propone modos de ser. Pero lo que cambia primeramente no es el mundo sino nuestro modo de concebirlo; es decir: nosotros mismos. El mundo, a efectos prácticos, no es ni más ni menos que nuestra concepción de la realidad.  

El arte parasita o transforma la cultura en la que se gesta, tal y como la mala hierba obstaculiza o imposibilita en sus inmediaciones el florecimiento de vida productiva, tal y como el árbol altera y reanima la tierra que lo sustenta.  

La incidencia social del arte casi siempre se debe a una de sus más claras características: su poder de seducción. (No otra cosa ocurre con la propaganda o la publicidad, que carecen en cambio de los atributos positivos del arte, valga como ejemplo su inservilidad.) 

Al igual que en los demás ámbitos humanos, el hombre en tanto que animal cultural sigue al hombre en tanto que animal creador. Muchos hombres, pues, siguen a algunos: en el ámbito social, a los verdaderos detentadores del poder o a sus representantes, sean de la calaña que sean; y en el privado, a los artistas, independientemente de su ralea. 

Toda obra de arte, incluidas aquellas al servicio del status quo, propone un modo de ser. A veces las propuestas son inauditas. Con el tiempo, algunas (en un tanto por ciento variable dependiente de factores tanto intrínsecos como extrínsecos a ellas) se asientan, se colectivizan y terminan fosilizando como nuevos componentes culturales, hasta que con el tiempo son a su vez desbancadas por nuevas propuestas. 

En principio esto no tiene nada de reprobable. El problema reside en la selección y promoción de obras, de modelos, de realidades posibles. El poder siempre apoya y pone a su servicio los discursos que le favorecen; el siglo XXI no es una excepción. Pero la característica más honrosa del arte sigue siendo no servir

El arte se crea y se destruye a sí mismo incesantemente, transformando, de paso, su entorno. Cuando deja de hacerlo, la actividad artística degenera, anunciando con ello el ocaso de la cultura a la que pertenece (y a la que en cierta mínima medida modela); pasando así a servir a los fines de ésta, y no a los suyos propios. 

A saber: el cuestionamiento y la regeneración permanentes de nuestra visión de mundo.  

sábado, 11 de febrero de 2017

LA MÁS SERIA EMBESTIDA AL EGO




Carente de experiencia, imagino la paternidad como un modo de quedarse más o menos y definitivamente tranquilo y ocupado. 

Me imagino que un hijo debe de proporcionar una dosis considerable de fuerza, de paraqué y sentido. 

Un hijo tal vez sea en realidad la única razón válida para amar en carne y hueso el mundo. 

Un hijo es la mayor ligazón posible a la Tierra, a la materia. 

Un hijo es la más grande responsabilidad a la vez que la mayor de las satisfacciones. 

Un hijo puede ser tanto una salvación definitiva  como una cadena perpetua. 

Un hijo es una amputación a la vez que la prolongación de nosotros mismos. 

Un hijo es la manera más radical de no tratar a otro humano como un igual, ya que éste es siempre para sus progenitores más o menos que ellos mismos. 

Un hijo es un querido incordio y el más efectivo de los antídotos contra la soledad y el vacío existencial. 

Un hijo es traer a alguien nuestro a un mundo ajeno, y así hacer un poco más nuestro el mundo. 

Un hijo es el final de toda metafísica y el comienzo del pensamiento propiamente «físico». 

Un hijo te convierte en una especie de diosecillo, pero −¡ay ay ay!− sin omnipotencia, omnisciencia ni omnipresencia algunas.

Y yo no tengo experiencia. 


lunes, 6 de febrero de 2017

ODIAR EL PRESENTE



El reaccionario sitúa la perfección en el pasado (el paraíso perdido) y el revolucionario en el porvenir (la utopía). Si uno la data al comienzo del tiempo, el otro la sitúa en sus postrimerías. El presente o es un fruto en descomposición o está aún demasiado verde, pero nunca jamás en sazón. Hambrientos de ideal, ambos talantes desprecian a su modo la vida, aunque justifiquen su nostalgia o su esperanza alegando precisamente un amor excesivo a la vida: altruismo, humanismo, en fin, excusas surtidas.

El reaccionario suele ser viejo y el revolucionario joven. Ambos culpan al mundo —irreversiblemente degenerado ya o todavía imperfecto— de su propia insatisfacción, cuando en realidad ocurre todo lo contrario: es su personal insatisfacción la que degenera o imperfecciona el mundo, tan inocente o culpable como quiera uno declararlo. Necesitados de ilusión, no ven lo presente; ansiosos buscadores de trascendencia, son incapaces de cualquier inmanencia.

Aunque parezca tara exclusiva del revolucionario, tanto el uno como el otro son fervorosos creyentes del llamado progreso, sea en el sentido que sea: hacia atrás el nostálgico, hacia delante el esperanzado. Ambos son partidarios del aspaviento.

No parecemos capaces de entenderlo. Meneo, y no avance; convulsión, y no transformación: la historia no se dirige a parte alguna; no se desplaza, sencillamente se agita. Los dioses han muerto. No hay destino.

En su conjunto, la humanidad es algo así como un saco de lagartijas incapaz en su totalidad de avanzar en sentido alguno, pero igualmente incapaz de quietud. El único posible movimiento de cada lagartija pasa por pisarle la cabeza al reptil vecino para intentar trepar y trepar hasta —en el «mejor» de los casos— encaramarnos hasta la cima de un pegote frenético, ciego y colectivo que entonces parece postrado a nuestros pies.

viernes, 27 de enero de 2017

INTÉNTALO DE NUEVO. FRACASA MEJOR

«Sísifo» de José de Rivera.

«¡Qué bien se está donde no estamos nosotros!», dicen los rusos. «La hierba crece siempre más verde al otro lado de la alambrada», dicen los anglosajones. 

Aunque con variaciones, el síndrome humano de la no ubicuidad parece universal. A largo plazo, no hay mucho que uno pueda hacer al respecto: alcanzada cierta calma interior, tarde o temprano el síndrome siempre nos vuelve a atacar.

A menudo uno se fuerza a sí mismo mediante obligaciones y responsabilidad a combatir su carencia de cimientos y su errático anhelar. 

¿Pero acaso la vida en estado puro no es precisamente anhelar? Ese juego que no cesa. 

Beckett lo decía bien: «Por siempre intentarlo. Fracasar cada vez. No importa. Inténtalo de nuevo. Fracasa mejor.»



lunes, 23 de enero de 2017

EL SÚPER JESÚS GIL AMERICANO



Lamento coincidir con tanto papagayo como cacarea suelto por el corral mediático, pero tampoco a mí me huele nada bien el Elvis de la política. Y no es que sus rivales huelan mejor, obviamente, pero esa peste está probada y demostrada desde ya hace largo tiempo. 

Lo que la victoria de este über jesusgil americano parece indicar es que los grandes mercaderes han decidido dejar de untar a sus marionetas parlamentarias y tomar ellos mismos las riendas del Estado. «¡A tomar por saco con los intermediarios! ¿Para qué delegar en mañosos arribistas o mediocres de buena familia si podemos encargarnos nosotros mismos de la faena, tomar la batuta y dirigir personalmente la orquesta (mientras dejamos nuestros crecientes emporios en manos de familiares y allegados)? Será entretenido. También a nosotros nos gusta salir en la caja tonta. ¡Montaremos un esperpento aún mayor del ya montado! Y las masas terminarán tragando como siempre.»

En Europa, en cambio, aún nos andamos por lo que hoy tan certeramente llaman «puertas giratorias». El método  lleva siendo redondo demasiadas décadas, pero parece que ya empieza a tocar las narices al rebaño. El mecanismo es el siguiente: «Conviértete en el perro ambicioso adecuado para nuestros intereses y te financiamos la campaña electoral, os aupamos a ti y a tu jauría mediante nuestra poderosa plataforma de manipulación de las conciencias y creación de opinión pública (prensa escrita y audiovisual, novelas de aeropuerto y pseudoensayos ad hoc, libritos de autoayuda y autoengaño, películas, canciones, etc.) al tiempo que difamamos como apisonadoras a vuestros, ¡y nuestros, también nuestros!, adversarios. Haremos que ocupéis las poltronas parlamentarias para que os dediquéis a cuerpo de reyezuelos de temporada a defender nuestros intereses, mientras nuestros esbirros, voceros y escribas se encargan de noticiar sin cesar que estáis haciendo todo lo contrario, y cuando terminéis la faena de una o dos legislaturas os buscamos una sinecura de alto standing como justo pago a vuestros fieles servicios.» 

Eso, ya digo, es lo que aún ocurre aquí; pero los yanquis ya van un paso por delante y muy posiblemente vuelvan a dictar tendencia y sentencia, como es su costumbre desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

viernes, 20 de enero de 2017

AUTORRETRATO SIN ALPISTE


La prensa hoy dice entre líneas que al otro lado del charco los grandes mercachifles han dejado de untar a sus marionetas parlamentarias y finalmente han decidido ocupar los escaños ellos mismos.

Y que nosotros nosotrísimos les vamos a la zaga porque a este lado del charco aún nos andamos por las últimamente tan mentadas puertas giratorias. 

Los tiempos siempre está cambiando? (La carencia del signo interrogativo de apertura no se debe al teclado ni es reverencial o inconsciente anglicismo 

sino la transformación de lo que ha empezado siendo afirmación y duda paulatina mediante se me ha terminado haciendo pregunta).

Y a todo esto, venga a emporcarlo todo, cuerpos, mentes, charcos, tierra y aire, hasta la estratosfera estamos emporcando, muy pronto también otros astros.

Y venga a aumentar el número de primermundistas enganchados a la medicación trascendental, dopados de ansiolíticos y esterilizados libremente;

anabolizados por el día y drogados las noches findesemánidas, explotados de lunes a viernes (y eso con suerte) y ostrificados el resto del tiempo frente a nuestras pantallas;

incomunicados, aislados, individuados en masa, en las celdillas —sean en propiedad,  en alquiler o hipotecadas— de las colmenas urbanas; 

perfectos extraños para nuestros vecinos pero conectadísimos digitalmente por medio globo terráqueo con cientos, con millares de otros individuos igual de aislados en habitáculos dispersos por el muy ancho y lirondo mundo.

Al otro lado del charco, a éste y también a ambas orillas del otro gran charco, más grande, llamado Pacífico.

Ya sé por qué anhelamos encontrar vida extraterrestre. En el fondo nos olemos que semejante enemigo común tal vez sea la salvación...

¡Homines sapientes del mundo, unámonos! ¡Unámonos antes de que la muerte anímica en vida nos separe! De lo contrario parece que nos transformaremos en el planeta de los zombis.

Un buen comienzo será pedirles sal (y todos tenemos sal en casa, faltaría más, y la puerta de la nevera forrada con números de teléfono de establecimientos de comida rápida), 

perdirles sal —iba diciendoa mis vecinos.