Carente de experiencia, imagino la paternidad como un modo de quedarse más o menos y definitivamente tranquilo y ocupado.
Me imagino que un hijo debe de proporcionar una dosis considerable de fuerza, de paraqué y sentido.
Un hijo tal vez sea en realidad la única razón válida para amar en carne y hueso el mundo.
Un hijo es la mayor ligazón posible a la Tierra, a la materia.
Un hijo es la más grande responsabilidad a la vez que la mayor de las satisfacciones.
Un hijo puede ser tanto una salvación definitiva como una cadena perpetua.
Un hijo es una amputación a la vez que la prolongación de nosotros mismos.
Un
hijo es la manera más radical de no tratar a otro humano como un igual,
ya que éste es siempre para sus progenitores más o menos que ellos
mismos.
Un hijo es un querido incordio y el más efectivo de los antídotos contra la soledad y el vacío existencial.
Un hijo es traer a alguien nuestro a un mundo ajeno, y así hacer un poco más nuestro el mundo.
Un hijo es el final de toda metafísica y el comienzo del pensamiento propiamente «físico».
Un hijo te convierte en una especie de diosecillo, pero −¡ay ay ay!− sin omnipotencia, omnisciencia ni omnipresencia algunas.
Y yo no tengo experiencia.
Y yo no tengo experiencia.
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