lunes, 10 de julio de 2017

SABER ALEGRE

Lucian Freud, «Doble retrato», 1985-86.

Visto desde el promontorio del desapego y el ocio (y el ocio es el caldo de cultivo para la única forma de verdadera libertad que yo conozco); desde la antinatural perspectiva del refinamiento y la sublimación de los «bajos» instintos en hipertrofia pensadora; desde la posición del extranjero-en-todas-partes libre de obligaciones externas, todo cuanto hagamos carece por completo de importancia.

En última instancia no somos más que simples e inocentes bestezuelas, microbios que pululan unos instantes sobre la corteza fermentada de una mota planetaria perdida en la inimaginable vastedad cósmica.

Todos nuestros desvelos, alegrías, sufrimientos, ilusiones, culpas y méritos valen lo que el escalofrío de una rata, el picor de oreja de un simio, lo que el intermitente alivio de una vaca al flagelar a rabazo limpio cada pocos segundos el insidioso enjambre de moscas que la acompaña.

Y precisamente por eso lo único que cabe hacer sin autoengaño es asumir nuestra fiera inocencia y danzar juguetonamente hasta caer muertos, jugarnos la vida en el intento, vivir peligrosamente, mirando de frente al insondable abismo, inventándonos pasiones —Voltaire dixit que como Alonso Quijano— para ejercitarnos, a sabiendas de que la vida es hermosa porque acaba

En dos palabras: saber alegre, como recordara Nietzsche en rutilante moneda verbal; dichosa y trágica asunción de las terribles verdades y de nuestra ilimitada y creciente ignorancia; irresistible atracción hacia el abismo.
 

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