—Atenas, 400 y algo a. C.—
«Las hijas de los patricios —dice
un joven y fornido remero
a sus compañeros de trirreme;
y lo mismo diría cada uno de ellos
tras tantas copas de más—, esas tristes
ricuras, frescas flores presas,
saben bien que los modelos
de las estatuas oficiales y domésticas
no son sus degenerados y fofos varones,
de sobra saben que quienes posan
para que los mejores artistas idealicen
a sus héroes y dioses
somos nosotros
sus esclavos.
¡Vaya si lo saben!»
Y estallan
como bombas
anacrónicas
anacrónicas
sus risas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario