miércoles, 12 de abril de 2017

TODA ENFERMEDAD ES MENTAL SALVO LA GONORREA



Cuando uno mira atrás es difícil no caer en la engañifa de ver un destino, un patrón, un sentido, un plan. Pero no. Se adentra uno entre las inmaculadas y móviles dunas de la vida y cuando el cansancio le para los pies y por fin se ve la soledad (en movimiento es imperceptible), uno empieza a necesitar reafirmarse, a justificar sus pasos, necesita uno calmarse. Y entonces vuelve atrás la vista y descubre sorprendido que había un camino… Así es como hoy el único destino nos parece ser el pasado, lo vivido, lo que nos hemos hecho. 

Pero aunque ahora hablemos de destino retrospectivo, continúa latiendo subrepticia la ladina creencia en el sentido, un sentido autoconferido. Pero no. La tragicomedia no tiene sentido. Y el uno mismo es una ficción útil, una mentira edificante, que en última instancia es un simulacro de divinidad personal. Buscarle sentido a algo es en el fondo temerlo y despreciarlo simultáneamente. O se abraza el absurdo o se niega la vida. 

Las ideas, por muy metafísicas que puedan parecer, se ajustan a nuestro estado de ánimo. Si me dieran ahora mismo el Nacional de Literatura, varios quilitos y un harem, mi Weltanschauung viraría en cuestión de horas a un sistema más leibniciano. Si me tocara bien tocada la lotería es posible que en breve terminara justificando, cándido de mí, la injusticia universal.  

Sea como sea, si todo es azar (el total fluir de Heráclito o el inocente y trágico devenir nietzscheano son expresiones de esa misma idea), ¿qué culpa tenemos tú y yo? ¿Por qué sufres, hipócrita lector, por qué sufrimos más de lo natural? 

Todo dolor es relativo. Baudelaire lo dice con retranca: Toda enfermedad es mental salvo la gonorrea. El problema no es el mundo. El problema está en nosotros mismos. El verdadero problema no es lo que uno tiene o no tiene, más o menos dinero, más o menos reconocimiento, más o menos sexo (los hay que tienen muchísimo menos de todo ello y sufren menos que tú y yo). ¿Acaso has estado satisfecho alguna vez en tu vida? La infancia y los momentos de éxtasis (místicos o sexuales, literarios o etcétera) no cuentan. Hablo de periodos, no de instantes o momentos. 

El vitalismo trágico viable, no el grandilocuente y megalómano, consiste en dar la batalla sin el anzuelo de la victoria. La victoria, además, es mentira; y por tanto también la derrota. Nadie gana ni pierde. Nada vence a nada. Todo es un mismo fluir. 

El más acuciante problema de media humanidad actual (y me incluyo, faltaría más) es que se siente fracasada. ¡Qué ilusos somos y hemos sido! ¿Qué nos habíamos creído que era esto? ¿Una fiesta? El universo, azaroso o no, la sociedad, el vecino, la parienta, no son los responsables de que nuestros delirios o ilusiones se malogren. La culpa fue del soñar. El veneno inicial fue la promesa del paraíso de las religiones monoteístas, que han asolado la dicha terrenal. 

Los asiáticos aún pueden ser felices. Tal vez también los africanos, afroamericanos y descendientes de las culturas precolombinas que no han sido contaminados por el cristianismo y por la posterior fe occidental en el progreso, la tecnología y el dinero. Nosotros, en cambio, me temo que ya no.

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