Tantas noches como
ésta, en algún sitio, y cada noche es única. La misma luna vieron los
ancestros; el perro ese que aúlla
es el mismísimo
sabueso de Adán, el mismo lobo hambriento y débil que un hombre un día gris
acariciara. Juntos salieron de la selva.
Los mismos cielo,
mar y tierra (aunque impolutos); igual deseo, la misma muerte, el cuerpo
idéntico. Y sin embargo
el hombre ha
alterado su olimpo: creyó en algunos dioses variopintos; hoy tiene fe
científica y comprende siempre más, ¡más y más siempre!
Unos afirman que
la sed es buena o mala; otros la tildan de insaciable mecanismo. («Atrévete a
saber», decían,
¿pero quién es el
listo y quién el tonto, cuál de los dos el más cobarde?)
Aún no saber nada o
saber todo por fin, ésas serían posiciones cómodas; pero este no saberlo todo ya
es una dulce y
perpetua cadena que nos asfixia al tiempo que nos alienta. Baudelaire
lo llamó «esa angustia de la curiosidad».
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