Imagina que a Narciso le fuera el sadomaso. Algo así son los filósofos que más me gustan. Me explico. Pensar «correctamente» casi siempre pasa por llevar la contraria.
Dialéctica, lo llaman. Y la contraria hay que llevársela a tirios, a
troyanos y especialmente a uno mismo, a pesar de nuestras inclinaciones naturales.
Ya no me halaga que los pensadores «me den la razón». Tal vez por eso no lea más, por ejemplo, a Cioran; son tantas mi empatía y aprobación, me reafirma tanto en lo que ya siento y pienso, que automáticamente empiezo a sospechar de mí mismo.
Ya no me halaga que los pensadores «me den la razón». Tal vez por eso no lea más, por ejemplo, a Cioran; son tantas mi empatía y aprobación, me reafirma tanto en lo que ya siento y pienso, que automáticamente empiezo a sospechar de mí mismo.
Poco a poco he terminado perdiendo la fe en la razón; en tenerla,
quiero decir. La razón no se tiene sino que se construye, no es una
posesión sino un constructo. Y el único modo de evitar que se derrumbe
es amurallándola… Pero a mí ya no me interesa apuntalarme a mí mismo. El
desafío hoy es no tener razón; es decir: no creer tenerla, porque en rigor tenerla no la tiene ni el proverbial apuntador ni mucho menos un supuesto dios.
Pensar rigurosamente pasa por hacerlo más allá del posicionamiento, de lo que me seduce o aterra, favorece o perjudica. Nietzsche lo dijo mejor: más allá del bien y del mal.
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