jueves, 9 de junio de 2016

TODA CIENCIA TRASCENDIENDO


Capaz de perpetrar poemas donde fuera, a cualquier hora, en papel o pantalla, con lluvia, sol o hambre sin distingos, el poeta concluyó que los factores atmosféricos, las coordenadas espaciotemporales y demás fenómenos externos le afectaban más bien poco a la hora de componer versos. Lo verdaderamente determinante era el estado anímico, el espacio y el tiempo internos. Ejemplos hay de alegres himnos redactados en prisiones, decía, y de lapidarios epigramas o elegíacos lloriqueos en palacios. 

En el dentista, en pleno aterrizaje, en una fiesta loca o durante un velatorio, entre la muchedumbre, en solitario, rodeado de risas, gritos y cantos, envuelto en música, a la luz del día, en la alta noche, caminando en el bosque o sentado en un lúgubre vagón de metro, tomando el sol sobre un colchón de aire mansamente mecido por las aguas del Mediterráneo, trabajando en una fábrica, cansado de servir cafés y cañas, en letrinas y camas, azoteas o sótanos, a cien por hora en un utilitario de segunda mano, hastiado en los atascos, en la cola del banco, empujando el chirriante carrito a rebosar de envases y alimento por los iluminados y uniformes corredores del supermercado más próximo… 

Y en todas partes su inteligencia y sus sentidos se encontraban siempre en otro sitio, su ser era un estar mirándose reconcentrado el abismo de sí mismo, en su vida secreta, toda ciencia trascendiendo, en la vorágine del propio ombligo, la pelusilla del yo más íntimo, el espejo convexo de la página prácticamente en blanco. 

Merodeando a tientas, sonámbulo en pos de la  palabra exacta, la gran imagen, la música del verbo, la apoteósica cadencia de vocablos grávidos, el chorro definitivo de verdades descubiertas, perdido pero rumbo a una sabia ignorancia, paso a paso avanzaba el vate por los asolados aposentos de la casa (a veces mansión, otras choza) del lenguaje poético.

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