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Entre visillos (2015), Ksenija Vujotic. |
A pesar de los tempranos fríos de hace días, el otoño
parece resistirse a fenecer, una vez más, en este hemisferio del planeta. Sumisos
a los ciclos naturales y elementos,
disfrutamos días soleados aunque frescos, instantes o instantáneas oculares tan
bellos! Cirros rizados, alturas
creativas y diáfanas, parques públicos barnizados de amarillos mates y
ocres secos!
Y además está ese cielo, cuya cúpula a estas horas (faltan pocos minutos para que el sol se pose) ofrece un elevada gama de azules que oscilan entre los más oscuros y marinos del cenit y los más claros y propiamente celestes sobre el horizonte; y hacia el atardecer, las pocas nubes que lo surcan se tiñen de una mezcla de rosado naranja y fosforescente violeta que lo invade todo y lo inunda de una tranquila tristeza tan innecesaria como desgarradoramente hermosa.
Morirá esta belleza y moriremos nosotros, únicos seres que lo consideran bello; no es más que el efecto visual provocado por la rotación de una esfera habitable y la luz de una estrella.
Pero no importa, ¡de verdad que no importa! La vida es bella porque pasa; la vida es este estar siempre de paso. Nada es hermoso a menos que acontezca… Sólo lo fútil y pasajero —y son esos, precisamente, nuestros más íntimos atributos— nos estremece.
Somos narcisos y egotistas estéticos: sólo nos conmueve cuanto nos recuerda nuestra propia condición, cuanto nos pertenece. De todo hacemos nuestro espejo.
Y además está ese cielo, cuya cúpula a estas horas (faltan pocos minutos para que el sol se pose) ofrece un elevada gama de azules que oscilan entre los más oscuros y marinos del cenit y los más claros y propiamente celestes sobre el horizonte; y hacia el atardecer, las pocas nubes que lo surcan se tiñen de una mezcla de rosado naranja y fosforescente violeta que lo invade todo y lo inunda de una tranquila tristeza tan innecesaria como desgarradoramente hermosa.
Morirá esta belleza y moriremos nosotros, únicos seres que lo consideran bello; no es más que el efecto visual provocado por la rotación de una esfera habitable y la luz de una estrella.
Pero no importa, ¡de verdad que no importa! La vida es bella porque pasa; la vida es este estar siempre de paso. Nada es hermoso a menos que acontezca… Sólo lo fútil y pasajero —y son esos, precisamente, nuestros más íntimos atributos— nos estremece.
Somos narcisos y egotistas estéticos: sólo nos conmueve cuanto nos recuerda nuestra propia condición, cuanto nos pertenece. De todo hacemos nuestro espejo.
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