—Cedo la palabra Robinson Jeffers y traduzco la nota preliminar a su
poemario Enfurécete con el sol y
otros poemas, de 1941.—
Lamento la obsesión con la historia
contemporánea que clava muchas de estas piezas al calendario, como
mariposas a una cartulina. La poesía no es un monólogo íntimo, pero creo
que tampoco un discurso público; y en general es lo peor para resultar
oportuno. Por eso, hasta para prácticamente el último de los poemas
escritos de este libro, fui en busca de
un pescador solitario que vive en su cabaña bajo un acantilado, sin
radio ni periódicos, sin amigos inteligentes, sólo pescado y güisqui.
Eremita drogado, su mente debería haber estado tan libre de fechas como
el océano, pero también él rompió a farfullar sobre asuntos públicos. Y
le paré.
Sin embargo un
hombre está en todo su derecho a expresar las opiniones propias, aunque
sea en detrimento de sus poemas. La poesía debe representar la mente al
completo; y si a la mente la ocupan en parte desgracias, mala suerte. Y
de nada sirve dejar la poesía para cuando la tempestad haya cesado,
porque a mi juicio ésta no ha hecho más que empezar: la calma que uno
debe buscar es la del ojo del huracán.
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