martes, 30 de junio de 2015

Mensaje interestelar.

P A L A B R A S    A    L A    O S C U R I D A D

—Recreación de «Mensaje interestelar de las sondas Voyager»
 de Carl Sagan y Ann Druyan

En los anales de la exploración los logros de las sondas Voyager carecen de precedente. Los irrisorios viajes de Colón y Magallanes dieron cuenta de decenas de miles de kilómetros sobre la superficie acuosa de un mundo minúsculo. Las Voyagers 1 y 2 han recorrido miles de millones de kilómetros de océano espacial, explorando en su camino docenas de nuevos mundos y revolucionando nuestro conocimiento del sistema solar en que vivimos. Y como colofón al extraordinario diseño de la misión, estas sondas robóticas han dejado de estar sujetas a la gravedad del Sol. Han dejado atrás los planetas más exteriores y se dirigen hacia el helado y oscuro cuasi vacío que constituye el espacio interestelar. Nada las puede parar. Es poco probable que sus radiotransmisores funcionen más allá del año 2020. A partir de entonces, errarán en silencio y para siempre por el reino de las estrellas.

A saber quién andará por ahí. Tal vez el resto de la Vía Láctea se componga de mundos yermos y desolados que giran en torno a cientos de miles de millones de estrellas. O puede que la galaxia esté repleta de formas de vida, inteligencia y tecnología más alejadas de nuestro alcance de lo que las Voyagers lo estuvieron del de Colón y Magallanes. Algún día—tal vez dentro de millones de años— una de estas fantasmales y derrelictas sondas podría ser detectada y capturada por los representantes de alguna cultura interestelar enormemente avanzada. Se preguntarán quiénes la construyeron.

Si pudieras enviarles un mensaje extenso a esos seres extraterrestres —palabras, imágenes, sonidos, música—, ¿qué les dirías y qué no? ¿Cómo nos describirías? ¿Podrías comunicarte inteligiblemente con seres tan distintos, evolucionados de modo totalmente independiente? Eso será cuanto sabrán de nosotros los extraterrestres, si es que la astronave —actualmente la máquina más rápida y remota jamás lanzada por la especie humana— se encuentra un día a alguien más en las profundidades del espacio.

Dentro de miles de millones de años, cuando todo cuanto hayamos hecho sobre la faz de este planeta haya quedado hace mucho tiempo reducido a polvo, cuando los continentes hayan cambiado hasta resultar irreconocibles y nuestra especie haya variado más de lo concebible o se haya extinguido, estas palabras a la oscuridad, estos murmullos de la Tierra seguirán hablando por nosotros.

jueves, 25 de junio de 2015

La pequeña muerte (II).

¿ U N Á N I M E    Y    L I B R E ?
Leda y el cisne (1864), Auguste Clésinger.


¿Qué nos impide fornicar más? El uno mismo, diría yo, la incapacidad de enajenación. «Todos los hombres —Borges dixit—, en el vertiginoso momento del coito, son el mismo hombre». 

Pero uno lo quiere todo: seguir siendo uno mismísimo y, sin embargo, disgregarse, perderse en otro. Y la unión plena, sea en la cama o en una alianza militar, pasa por la anulación de la individualidad de las partes que la conforman. «¿Unánime y libre?», se preguntaba Paco Miranda Terrer. Imposible. A menos que consideremos la enajenación sexual una liberación. 

El verdadero deseo es impersonal, tanto en lo que se refiere al objeto deseado como al deseante sujeto. Tal y como uno no decide tener hambre (patologías aparte) y simplemente la tiene antes de elegir alimento, del mismo modo el apetito sexual es involuntario y anterior a la elección de compañero de cama. Pero rara vez se siente uno colmado. Ensimismados, narcisos y onanistas, nadie nos parece a la altura; uno se olvida, en cambio, de sí mismo, de los propios gustos y expectativas, de quien se es, y todo fluye. Bien mirado, el sexo y el afecto con afán de protagonismo parecen una contradicción en los términos. 

La única excepción a esta regla sería alcanzar la categoría de mito o leyenda viva, de diosecillo de algún olimpo o del show business. (Y entonces lo que uno recibiría sería simple y repugnante adoración, si no prostitución sin horario y en exclusiva.) Pero los dioses no fornican con iguales; para los dioses el común de los mortales es poco más que un bichejo. De ahí que hayan sido tan proclives a bestializarse a sí mismos con el fin de permitirse joder con nosotros. Casi cabría decir que el sexo divino es zoofílico por definición: Yavé se desdobló en padre y en paloma para engendrar un hijo; Zeus se metamorfoseó en toro para yacer con una jovencita llamada Europa; y sabido es que los Pastores montan y cabalgan a sus mansos rebaños. Y de ahí, del endiosamiento previo de uno mismo, la necesidad de divinizar el objeto o destinatario del impersonal deseo. El cristianismo virginizó y divinizó a María porque ¿cómo iba el único y verdadero dios a cohabitar con una vulgar mortal, con una mera criaturita? 

Los diosecillos y señores complican el asunto del fornicio porque en esencia fornicar es un acto eminentemente plebeyo, tan vulgar y común que hasta los animales lo practican. Por eso el caballero necesita idealizar a su dama (al fin y al cabo una hembra más cuando está en cueros y con la vagina húmeda, pero, eso sí, ideal hasta la idiocia) y se inventa el amor cortés, pues cohabitar con una simple mujer sería rebajarse al nivel de la muchedumbre. ¿Pero quién, precisamente, fornica mejor que los anónimos integrantes de la turba, esa legión de don nadies?

El teorema es simple: a más ego, menos nosotros. Y el sexo y el amor son cosa —sueno perogrullesco, lo sé— de por lo menos dos.  

Baudelaire (en Mi corazón al desnudo) es capaz de decir todo esto en dos líneas:

Sólo la bestia jode bien y la fornicación es el lirismo del pueblo.

Joder es aspirar a entrar en otro, y el artista jamás sale de sí mismo. 

domingo, 21 de junio de 2015

La gran danza del universo.

¡ Q U É    P A Z    E N    E L    G R A N    
T O R B E L L I N O    D E L    M U N D O !

Amarillo, rojo y azul (1925), Kandinsky.

Al igual que una mosca recién aterrizada en el reposabrazos de una butaca de un avión que viaja a más de 1.000 k/h, aquí estoy yo, acodado en un balcón, ahí estás tú, donde sea que te encuentres, y ambos estamos sobre la corteza terrestre viajando a la velocidad de la rotación de nuestro planeta a la vez que alrededor de nuestra estrella y en torno al centro de nuestra galaxia, que a su vez se mueve en relación al cúmulo galáctico del que forma parte, así como éste lo hace en relación a los cúmulos vecinos, y así sucesivamente hasta decir que nosotros y este planeta ahora mismo y constantemente nos movemos en innumerables direcciones en relación al resto del universo*, quién sabe si en relación a otros universos… 

¡Y ni nos enteramos! ¡Qué paz en el torbellino del mundo!      

La diferencia entre la mosca y el humano es que el humano sabe —aunque no lo sienta— que no está en reposo absoluto. ¡Pero qué poca cosa parece ese saber! ¡Y cuánto nos…! He estado a punto de escribir «¡cuánto nos honra!» pero será más exacto decir «¡cuánto nos enorgullece!». 

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* Para visualizar con mayor amplitud la gran danza del universo, añádanse a estos movimientos crecientes los movimientos decrecientes, todos los eventos que tienen lugar en el mundo microscópico. 

martes, 16 de junio de 2015

La mayor desgracia del escritor contemporáneo.

¿ A L G O    Q U E    D E C I R ?

Hoy la mayor desgracia de un escritor con pretensiones económicas es tener algo que decir. «¿Algo que decir? ¡Uf! Malo...», musitan mordisqueándose un pellejito del pulgar los editores. «¡Pero éste quién se habrá creído que es!», le escupen a un subalterno los jefecillos de sección de cultura de los rotativos, y añaden con indignada chulería: «¡Aquí los únicos que dicen algo trabajan para nosotros!». ¿Opinar libremente? Para eso están los comentarios a las noticias digitales, previo filtro. O se abre uno su blog ¡y a largar en el desierto cibernético se ha dicho!

Hoy todo son formas, maneras, diseño, estilo. Y déjate de contenidos, chavalote, que la jodes con todo el equipo. ¡Para manufacturar contenidos ya están los académicos y especialistas y los suplementos culturales! El vaciado aún no es completo, pero ya falta poco.

Hoy se llevan los escritores resultones, a la última, pintones pero insustanciales, ligeritos pesadísimos con mucha pose, mucha labia y poca savia, supuestos enfants terribles del intelecto incapaces de aterrorizar a una monja, rimbauds con dos siglos de retraso que se cascan como mínimo sus cincuenta castañas de buena vida.

Si quieres escribir, opinar y tener público, ahí tienes a los pseudointelectuales televisables de tertulia o debate y ahí tienes a esos auténticos pensadores a quienes sí dan cancha porque desacreditan a la perfección su propia condición. Mira, por ejemplo, el logrado hazmerreír de un Žižek, cuyo acentazo eslavo en inglés y cuyos continuos tics faciales y espasmos corporales sepultan o al menos sofocan bajo una losa de apariencia circense todo cuanto tenga —y tiene mucho— que decir. Mira a Escohotado, ese casposo y decadente progre exhibiendo y defendiendo de palabra y de hecho —reconozcamos su coherencia— la degeneración y el baboseo.

Mi propia generación literaria, al menos hasta el momento, no ha estado a la altura de nuestros tiempos. Y no por motivos propiamente literarios. El escritor de éxito de mi edad ha llegado adonde ha llegado (pero ¿ande ha llegao, dime, además de a hozar en las migajas en metálico que los porqueros instituidos aventan a los de su especie, a dar mucha grima y a figurar en cuatro fotos?) por su no incorrección, por callarse la boquita, si es que alguna vez tuvo algo que decir.

Hoy por hoy lo que mejor hacen los escritores es el ridículo. Bukowski fue una excepción, y no el comienzo de nada sino la clausura de algo. Leonard Cohen o Lou Reed se lo olieron y terminaron aunando alta literatura y música popular, aunque ya hasta el rock esté oficializado.

Hoy día el escritor de verdad, el librepensador que tenga algo que decir y algún talento para poner una palabra detrás de otra, carece de público. Se le facilita un público módico, sí, una simbólica palestra, un simulacro de alcance, y se le presta la misma atención que a un mosquito, exactamente la misma que a cualquier otro usuario medio de Twitter o Facebook, y para de contar. Quien quiera verdadera atención que se haga actor o futbolista.

Los buenos viejos tiempos de la modernidad han tocado a su fin. ¡Nos adentramos en el prometedor (si cumplidor, está por ver) siglo XXI! ¡Queridos y queridas clientas y consumidores, usuarios e individuas, mujeros y hombras del nuevo milenio, agárrense bien que vienen muchas y pronunciadas curvas!

lunes, 15 de junio de 2015

Enajenación favorable.

H I P Ó C R I T A    L E C T O R ,    M I    S E M E J A N T E 
Dibujo de Pawel Kuczynski.

Lo han dicho los muchos o pocos sabios que en el mundo han sido: los humanos casi siempre piensan a favor propio. 

Para el común de los mortales, verdad es todo aquello que les sirva, y mentira lo que no. Cuanto más ambiciosos, mejor ejecutan el proceso mental. 

Se puede ser Papa y torturar y quemar y violar a tu propio rebaño. Se puede ser Hitler y amar a la Braun. Puedes adorar a tus hijos y asesinarlos. Y claro que se puede ser un miserable de la cultura oficial y de las prebendas políticas sin dejar por ello de creerse íntimamente uno el mismísimo Albert Camus. 

Se puede ser un monstruo y ver un ángel en el espejo. Gente como tú y yo, normalmente, no cae (o no se eleva, según lo mires) por ese despeñadero. La gente como tú y yo, hipócrita lector, mi semejante, es una inofensiva jauría de domesticados perros verdes que ya ni muerden. 

El cinismo inconsciente es la norma. Otro modo de denominar el fenómeno sería enajenación favorable. Pasa hasta en las mejores familias.



domingo, 7 de junio de 2015

¿Qué puede uno hacer?

B A J A R S E    L O S    H U M O S
Vista de la Calavera (c. 1489), Leonardo da Vinci.

¿Qué puede hacer una persona sola? ¿Qué puedo yo hacer? 

Para evitar que se agote en sí misma, a esa pregunta le han de preceder otras: ¿Qué quiere un individuo? ¿Qué quiere uno? ¿Qué es lo que quiero en tanto que individuo y qué en tanto que integrante de la comunidad y de la especie a las que pertenezco? 

En tanto que individuo quiero seguir siéndolo. En tanto que integrante de la masa, distinguirme. Y en tanto que miembro de la humanidad, dejarla ser.

¿Qué es, pues, lo que puedo hacer? 

En tanto que individuo, no enajenarme (cómo conseguirlo necesitaría una reflexión aparte). 

En tanto que miembro de la masa, superar todo gregarismo y reducir mi dependencia mental e idolatría. 

Y en tanto que miembro de la humanidad, criticarla, para que así mejore (y también para saciar mi sed de descalificación).

Resumiendo: ¿Qué hacer? Cuidar y huir del hombre y denigrar de corazón a la humanidad.

Lo mejor que puede hacerse a estas alturas por la humanidad —intelectualmente, quiero decir— es humillarla, bajarme los humos.

sábado, 6 de junio de 2015

Paco Miranda Terrer (1976-2015)

S E    H A    I D O    U N    G R A N    H O M B R E 

Se ha ido un gran hombre: Paco Miranda Terrer (1976-2015). 

Si no lo conociste en persona, no sufras: dejó obra. 

Dejó una breve e intensa obra, suficiente para que la belleza de su persona nos ilumine. Dos novelas que no se llevará el viento: Pantanosa (2010) y El laberinto del Albayzín (2012). 

Llevaba dos cuadernos de bitácora: uno aquí, en La Galla Ciencia, y otro titulado El infinito eterno.

Aquí puedes ver una entrevista en televisión con motivo de su debut literario.

Aquí una presentación a su obra y persona.
 
Aquí una selección de fragmentos de Pantanosa

Y aquí mi reciente reseña a esa misma novela.

¡Ah Paco, nunca te importó morir esta noche! 

¡Ah Paco, aún te podemos leer!

Ya no te falta nada. Ni la memoria te importa. 

Ya has llegado, amigo. 

¡Descansa en paz!   


La Farándula, abril 2015.