Entiendo
bien a Ganivet: «La plebe es baja y ruin, pero con bajeza y ruindad
naturales. La verdadera ruindad y bajeza está en la plebe adinerada, que
se sirve de la riqueza para realzar su villanía.»
Aunque
el pozo del odio sea venenoso, admito mi rencor de clase, propio del
desclasado hijo de obreros, del descarriado descendiente de siervos, no
en el lumpen sino en la elevación del conocimiento.
Mi
amor por mis raíces alimenta mi repugnancia por el necio. La necedad
del esclavo resulta en cierto modo comprensible; la del amo, en cambio,
es siempre inexcusable y digna de desprecio.
Ángel
y yo, como otros muchos, somos de la jauría de quienes quieren salvar a la
Humanidad con tanto ahínco que se les desatan los más puros instintos, pero tan delicada animalada no es más que pensamiento.
(Unos
versos de Rubén Darío lo dicen mejor: Despertaba libélulas, cazaba
mariposas / y tornaba a su fuerte torre de pensamiento.)
Supuran mis palabras el mejunje de nuestro ansioso anhelo de venganza, de nuestra acostumbrada impotencia.
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