Para bien y para mal, ya no hay auténticos ídolos, dominantes y duraderos, respetados
incondicionalmente y conocidos profundamente por sus supuestos fieles.
El nietzscheano ocaso de los ídolos es hoy más cierto de lo que él
probablemente llegara a imaginar. Para bien y para mal.
Ya no es que la gente se crea a la altura de nadie, sino que no sabe
qué son las alturas; es decir: que no cree que haya nadie más elevado que ella misma.
Incapaz de concebir la existencia de no semejantes (en un sentido
positivo; en el negativo, el cantar no es tan extremo), el
primermundista contemporáneo no puede ni imaginar que alguien pueda
llegar donde él no llega, que alguien tenga más mérito. La igualación niega la excelencia.
Es atroz. Peor que cualquier otro tipo de nivelación jamás habido en
la historia, y algunos ha habido. O todos o ninguno, se piensa.
Ya todos somos nadie.
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