Ya se sabe (¡y quiero
creer, ay, que se debe únicamente a nuestra mentalidad actual, y no a
una supuesta naturaleza o condición humana inalterable!) que «a nadie importa lo que no
es de nadie».
¿Será cierto que los
humanos necesitamos creernos propietarios exclusivos de algo para
cuidarlo? Sin vallas o cercones, sin muros o fronteras, ¿quién cuida,
cultiva o se siente parte de un terruño? A menos que te contrate un
ayuntamiento, lo común no lo limpia nadie.
Ya se sabe que los océanos están infectados de basura, especialmente de
residuos plásticos microscópicos que terminan en las panzas de los
peces que nos comemos.
Ya se sabe que el aire que respiramos, que aún es gratis de milagro, es cada día más tóxico, especialmente en las grandes ciudades.
¿Y por qué iba a ser distinto en el espacio? A tenor de los siguientes datos, imaginad lo que podríamos hacer con la galaxia:
«En 2015, la masa total de basura espacial en órbita supera las 6.000
toneladas; la red estadounidense de vigilancia de basura espacial está
actualmente siguiendo más de 22.000 objetos de tamaño mayor a 10
centímetros; los datos indican que hay unas 500.000 piezas de basura
mayores que un centímetro y más de 100 millones de tamaño superior a un
milímetro, recuerda el informe de la NASA. [...] Las medidas que se vienen adoptando
hasta ahora resultan insuficientes para evitar el aumento de la basura
espacial en el futuro.» (El País, 12-V-2015).
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