La tecnología tiene trazos de estar convirtiéndose en religión. Santos y
milagros no van a faltar. Nos quitamos una divinidad muerta de encima (primero el
barbas bíblico y después la ciega fe en la razón nuestra) y no dejan de
brotar nuevos e inimaginables candidatos a ocupar la vacante poltrona
del Olimpo: el culto al Propio Cuerpo o al Rey del Rocanrol, el Fútbol
Club de Siempre o la Ciberacción, el Progreso Acéfalo, la Fama, la Moda, la Vida Sana, las
Sacras Divisas (¡oh ¥€$!), el Santísimo Libre Capital, el Mercado Santo, la Cirugía
Plástica o Curativa, la Medicación Trascendental… ¿Para qué seguir con el recuento? No
hay, efectivamente, color: tenemos los diosecillos que merecemos.
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