domingo, 31 de mayo de 2015

La pequeña muerte (I).

L A    M Í S T I C A    D E    L A    C A R N E

Para fornicar con convencimiento hay que enajenarse transitoriamente. Hay que dejar de ser uno mismo por un instante para así obedecer abiertamente a ese deseo ciego, terco y descabezado, simiesco y turbio, ancestral y colectivo, del que tanto y tan bien hablara Schopenhauer. Para cohabitar hay que des-en-sí-mismar-se. 

Quien cohabita no es «uno mismo» sino el oso que conmigo va (Delmore Schwartz dixit) o —como nuestro Jota Erre lírico dijera— ese que va a mi lado sin yo verlo. Pero nunca, salvo enamoramiento, será posible que uno siga siendo uno a la vez que se une a otro. 

Así que nos mandamos a nosotros mismos un rato a paseo y entonces es fácil sentirse masa en petit comité. ¿No es acaso cohabitar sentirse masa a dúo (o en trío, con un poco más de suerte)? Cohabitar es dejar de ser individuo. Por eso gusta tanto, en realidad. Lo malo es que dura lo que un chasquido de dedos. 

A menos que dé uno en místico (y no por casualidad los sanjuanes y santateresas que en el mundo han sido parecen alcanzar el estertor en sus versos), el sexo es lo más cercano a salir de la ilusión de la individuación (a la que Schopenhauer llamaba representación o —siguiendo al pensamiento hindú— velo) y de residir aunque sea unos minutos en la realidad (Schopenhauer hablaba de voluntad).

El orgasmo es hacer que el mundo deje de ser por un rato representación y que se muestre directamente en nosotros, sin disfraces, como voluntad.

El orgasmo es la mística de la carne.

¡Como para no estar deseando vivir en el estertor!




lunes, 25 de mayo de 2015

Somos polvo que habla unos días.

E L    U N I V E R S O    A L    H A B L A
«Campo profundo» del telescopio Hubble.

1. Ante la infinitud —o la constancia— de la expansión, nosotros: los límites y pausas que la perspectiva nos permite. La inteligencia es un punto de vista. 


2. Lo minúsculo (las partículas elementales), si ampliado, recuerda a lo inmenso (el universo conocido); y lo descomunal (una galaxia, por no ir más lejos), a gran distancia, se asemeja a lo ínfimo: un hermoso puñado de polvo.  


3. La inmensa mayoría del universo es espacio: distancia, separación, vacío referencial. Y toda distancia conocida ha sido recorrida, cuando menos, por la luz que nos permite verla. Nuestra totalidad comienza con la diferenciación o separación de sus partes y llega hasta donde ha llegado algo ya. 


4. En la abrumadora inmensidad de inimaginables distancias y apoteósicas constelaciones de materia llamada Universo, pronuncio la palabra «yo».

5. En el universo lo único que está a solas es la inteligencia.


6. El universo una burbuja.


7. Creer en el cosmos (el bello orden) o el universo (lo unánime) es un acto religioso; creer que el universo tiene un sentido (o, como dijera Einstein, que «Dios no juega a los dados») es un acto de fe. Y como todo acto de fe, resulta irrefutable. Quienes quieran creer que el universo está ordenado (en el doble sentido de ese término) podrán seguir creyéndolo por siempre. Jamás el hombre, por mucho que ensanche su mundo o por mucho que avance en el conocimiento, podrá resolver definitivamente semejante cuestión. Y con la afirmación contraria (esto es: que la totalidad es en última instancia un caos cósmico) me temo que ocurre otro tanto de lo mismo


8. Cero infinito


9. La Nada es la gran invención humana. Nos preguntamos si hay algo más que Todo, y nos respondemos automáticamente que no hay «nada», es decir, lo que no está, eso que no es. Así es como personalizamos, cosificamos u objetivamos la carencia de un sujeto («eso que») a la vez que negamos («no») el verbo menos preciso de las lenguas humanas («es»). 


10. «Cuando pronuncio la palabra Nada —dice la Szymborska—, creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.» 


11. Lo que hace entrañable al universo es que resulte prescindible.


martes, 19 de mayo de 2015

El paraíso está perdido por definición.

T O D A    E N F E R M E D A D    E S    M  E N T A L 
S A L V O    L A    G O N O R R E A 

Cuando uno mira atrás es difícil no caer en la engañifa de ver un destino, un patrón, un sentido, un plan. Pero no. Se adentra uno entre las inmaculadas y móviles dunas de la vida y cuando el cansancio le para los pies y por fin se ve la soledad (en movimiento es imperceptible), uno empieza a necesitar reafirmarse, a justificar sus pasos, necesita uno calmarse. Y entonces vuelve atrás la vista y descubre sorprendido que había un camino… Así es como hoy el único destino nos parece ser el pasado, lo vivido, lo que nos hemos hecho. 

Pero aunque ahora hablemos de destino retrospectivo, continúa latiendo subrepticia la ladina creencia en el sentido, un sentido autoconferido. Pero no. La tragicomedia no tiene sentido. Y el uno mismo es una ficción útil, una mentira edificante, que en última instancia es un simulacro de divinidad personal. Buscarle sentido a algo es en el fondo temerlo y despreciarlo simultáneamente. O se abraza el absurdo o se niega la vida. 

Las ideas, por muy metafísicas que puedan parecer, se ajustan a nuestro estado de ánimo. Si me dieran ahora mismo el Nacional de Literatura, varios quilitos y un harem, mi Weltanschauung viraría en cuestión de horas a un sistema más leibniciano. Si me tocara bien tocada la lotería es posible que en breve terminara justificando, cándido de mí, la injusticia universal.  

Sea como sea, si todo es azar (el total fluir de Heráclito o el inocente y trágico devenir nietzscheano son expresiones de esa misma idea), ¿qué culpa tenemos tú y yo? ¿Por qué sufres, hipócrita lector, por qué sufrimos más de lo natural? 

Todo dolor es relativo. Baudelaire lo dice con retranca: Toda enfermedad es mental salvo la gonorrea. El problema no es el mundo. El problema está en nosotros mismos. El verdadero problema no es lo que uno tiene o no tiene, más o menos dinero, más o menos reconocimiento, más o menos sexo (los hay que tienen muchísimo menos de todo ello y sufren menos que tú y yo). ¿Acaso has estado satisfecho alguna vez en tu vida? La infancia y los momentos de éxtasis (místicos o sexuales, literarios o etcétera) no cuentan. Hablo de periodos, no de instantes o momentos. 

El vitalismo trágico viable, no el grandilocuente y megalómano, consiste en dar la batalla sin el anzuelo de la victoria. La victoria, además, es mentira; y por tanto también la derrota. Nadie gana ni pierde. Nada vence a nada. Todo es un mismo fluir. 

El más acuciante problema de media humanidad actual (y me incluyo, faltaría más) es que se siente fracasada. ¡Qué ilusos somos y hemos sido! ¿Qué nos habíamos creído que era esto? ¿Una fiesta? El universo, azaroso o no, la sociedad, el vecino, la parienta, no son los responsables de que nuestros delirios o ilusiones se malogren. La culpa fue del soñar. El veneno inicial fue la promesa del paraíso de las religiones monoteístas, que han asolado la dicha terrenal. 

Los asiáticos aún pueden ser felices. Tal vez también los africanos, afroamericanos y descendientes de las culturas precolombinas que no han sido contaminados por el cristianismo y por la posterior fe occidental en el progreso, la tecnología y el dinero. Nosotros, en cambio, me temo que ya no.

lunes, 11 de mayo de 2015

El mal menor.

D E    P E R D I D O S,    A L    R Í O


Con el Coletas & Cía, al menos robarían otros durante un tiempo, habría volteo de tortilla, que ya es algo. Con Podemos yo creo que todo temor es exagerado. Si ganan, tendrán realmente difícil joder las cosas más de lo que ya lo están, si es que en realidad fuera cierto que quieren y pueden hacer las cosas de un modo tan distinto, porque eso estaría por ver. Sea como sea, de no ocurrir algo, son de hecho los actuales mandamases (en realidad, como ya sabemos todos, las marionetas de los verdaderos poderes fácticos) los que terminarán liquidando del todo a la clase media, que ya está asfixiadita. 

Tampoco es que a mí el Coletas me caiga especialmente simpático, ni sus secuaces, compañeros o palafreneros, ni mucho menos el ingente número de muchos de sus simpatizantes y futuros votantes (gentuza, la misma que votó a los anteriores gobiernos), pero quienes ya han gobernado, los delincuentes organizados de traje y corbata que ocupan cargos públicos al servicio tanto de su propio bolsillo como al de la banca, las grandes empresas y demás emporios financieros, los hijosdé y dinastías, y sobre todo los sátrapas y perennes ocupantes de esas poltronas públicas diseñadas expresamente para sus propias posaderas, todos esos, claro está, me caen muchísimo peor.  

En las fábricas a los capataces hay que cambiarlos de vez en cuando, porque de lo contrario se enseñorean de más. Eso lo sabe tanto el último mono entre los curritos como el dueño, el amo, el patrón, el señor, el propietario o —como se les llama hoy— los accionistas. 

Admito, además, la posibilidad de que Podemos no sea más que el tonto útil, el instrumento que le posibilite a la máquina del poder un acrobático no va más, rizarle el rizo al rizo y efectuar una nueva jugada maestra a su favor. Pero no estoy del todo seguro. 

No sé lo que va a pasar, aunque peor sería saberlo. Lichtenstein decía esto mismo con algo más de optimismo y con muchísima más gracia: «Es evidente que no puedo decir que nos irá mejor con un cambio, pero sí que para mejorar debe haber un cambio».

sábado, 9 de mayo de 2015

Abstracto figurativo.

A R T E    E X T E M P O R Á N E O
Título: Io sobre Júpiter.
Estilo: abstracto figurativo.
Autor: anónimo.
Fecha: circa 4.000 millones de años.

jueves, 7 de mayo de 2015

Narración reflexiva o reflexión narrativa.

 P A N T A N O S A 
de Francisco Miranda Terrer



Lo pienso y repienso y no me viene ahora mismo a la cabeza el nombre de ningún novelista español de mi generación que me haya sorprendido como lo acaba de hacer Francisco Miranda Terrer (Valencia, 1976) con Pantanosa (Ediciones Libertarias, 2010).

A esta primera novela no le sobra ni una coma. Ha atrapado mi atención desde el inicio, el enganche ha ido en aumento y mi interés no ha cejado un ápice hasta el punto final. A medida que avanzaba en su lectura, me daba más y más pena terminarla. Por eso la he devorado de varias sentadas, para no finiquitar el banquete de una vez. Con cada acometida lectora mi admiración ha crecido. La experiencia ha sido intensa y nutritiva; es decir: la lectura ha sido de esas que uno sabe a ciencia cierta que repetirá. He subrayado y anotado medio libro, me he parado a menudo a reflexionar o simplemente a relamerme de puro placer literario, a esbozar una sonrisa empática o soltar una buena carcajada.

Me han impactado su prosa curtida, bien curada y firme, su sintaxis segura, su equilibrado orden discursivo al servicio de la expresión de la desmesura, de lo borroso y desatado (es decir, su expresión apolínea de lo dionisíaco), su precisión y sobriedad estilísticas, como de informe jurídico, aunque proferidas éstas con voz diáfana y explícita. La obra cuenta con ese maravilloso no sé qué prosódico stendhaliano, sólo que en primera persona. Deslumbran la estricta perfección expresiva de muchas de sus páginas y su equilibrado poderío verbal carente de toda afectación o pedantería. También he gozado del generoso aliño de gemas verbales que salpimienta la obra (algunas las he tuiteado recientemente en Los Grandes, @1001_Aforismos). Y me han llamado especialmente la atención su entusiasmo y vitalidad, esa impetuosa hambre de vida que la obra transmite, su «apasionamiento contagioso», como dice uno de los personajes sobre las cartas del protagonista y narrador.

La fusión de reflexión y narración está logradísima. Además, en ese sentido Pantanosa cuenta con un elemento para mí novedoso: contiene excelentes fragmentos de crítica literaria perfectamente engarzados en la trama y el desarrollo del personaje central. Los incursos ensayísticos son altamente estimulantes (pienso, por ejemplo, en sus suculentas reflexiones sobre Freud y Nietzsche). La narración de las peripecias juveniles de un estudiante de derecho letraherido va y viene con soltura y hondura, calado y humor, agilidad y denuedo, por numerosos asuntos de primer orden: la psicología y la política, el amor y la amistad, la amada libertad ideal y el odiado derecho oficial, la personalidad y la familia, la lucidez y los abismos de la mente, la mística y la filosofía, el autodidactismo y la universidad, el conformismo y la mediocridad imperantes, la falsa democracia, la literatura, la arquitectura, la música, la pintura (¡las reflexiones sobre el gran timo y el mercadeo del arte abstracto son magníficas!), el sexo (he echado en falta la masturbación...), la droga o el rocanrol. En fin: uno y el universo, como dijera Sábato. Y, finalmente, me ha deslumbrado su lograda fusión de arte y vida, como bien denotan el acentuado síndrome de Stendhal del protagonista o el hecho de que los títulos de las abundantes obras citadas en la novela no se distingan del resto del texto mediante las preceptivas cursivas.

Como no podía ser de otra manera, he sentido una clara identificación generacional con la novela. Su búsqueda y rebeldía fueron —y siguen siendo— también las mías. A veces creía estar leyendo la biografía de mi propia juventud.
 
Cualquier día de estos me pondré con El laberinto del Albayzín (Ediciones Libertarias, 2012), la continuación de esta brillante primera novela de un escritor que tiene mucho que decirnos. Si Miranda Terrer sigue adelante con su obra y es editado y distribuido por una editorial de mayor musculatura, yo creo que tarde o temprano serán muchos los buenos lectores que lleguen a sentir mi misma admiración.
 

domingo, 3 de mayo de 2015

El pseudoprofeta de la correctofobia primermundista.

C A M I N O    D E L    M A T A D E R O 


«La gente merece ser entretenida [colijo que se refiere a la sociedad del espectáculo] hasta la destrucción.»

Eso dice el pseudoprofeta de la correctofobia primermundista que se hace llamar Marilyn Manson. Y en eso estoy con él.