domingo, 11 de diciembre de 2016

SOBRE LA NATURALEZA DE PUERTAS, ESPEJOS Y VENTANAS


En toda casa de vecino hay varios modos de abrir boquetes: 1) con una ventana (ventanal o ventanuco); 2) con una puerta (portón o portezuela); 3) con el intento de síntesis de ambos, una puerta acristalada, puertana o venterta; y 4) con un espejo o espejazo, demasiado espejo.

Empecemos por los últimos. Los espejos --a su modo ilusionista, no se olvide-- abren espacios ficticios, copias, falsos dobles, mundos paralelos e intransitables. A la postre, de tanta luminosa reflexión, los espejos, independientemente del tamaño, terminan narcisando mustios.

Las puertas, ah las puertas, correderas, corrientes o giratorias, son artefactos en forma de solapas firmes, opacas y de mayor tamaño que un humano. Estos delgados y firmes artilugios anhelan íntima y hondamente separar espacios, aislarlos, hacerlos invisibles entre sí y protegerlos de sí mismos.

Las comunicativas ventanas, en cambio, esas otras solapas casi trasparentes, son de naturaleza diáfana, fieles aliadas --incluso con cortinas-- del exterior, tan portadoras de una lozana y andaluza curiosidad como posibilitadoras de la más necesaria ventilación.

Las puertas son manufacturas provistas de pulsiones carcelarias y carácter reservado por naturaleza. Me repito.
 
Las ventanas son traslúcidas por puro instinto.  

Los espejos, atractivos abismos.

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