¿Cómo se ha conseguido que cientos de humanos, codo con codo y bajo un mismo techo —en un aeropuerto, por ejemplo—, no se dirijan la palabra, ni se miren siquiera? Antes eso sólo ocurría en las iglesias, ante una supuesta deidad.
Pero
¿cuál es el dios ante el que los hombres se mantienen hoy aislados en
la proximidad? El dios uno y múltiple llamado Individuo. El alma hoy se
llama personalidad, ese nocivo complejo de interioridad, y nuestras
parroquias son hipnóticas pantallas móviles, preferiblemente con auriculares.
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