martes, 4 de octubre de 2016

LA CENIZA DEL PENSAMIENTO



Intento aplicarme a cierta pauta de pensamiento, aunque con raro éxito. No se trata, me digo, de «tener» o no razón, sino de dejarme llevar por la inteligencia y la sensibilidad hasta mis propios límites. No se trata de dialogar, convencer o explicarme, sino de ver hasta dónde logra dar de sí mi masa encefálica, que probablemente no sea demasiado. He de captar mis fogonazos de pensamiento.  

Pero esa chispa es pronto procesada hasta quedar disecada en concepto, ideal fósil, y me dedico soberbio a explayarla y explicarla, por supuesto adulterándola, distorsionándola, desfigurándola, llegando incluso a sofocarla y olvidarla, y quedándome al final en las manos poco más que sus cenizas.  

Eso es la mayoría de las veces el pensamiento escrito: residuos o reliquias, despojos inertes, frío vestigio polvoriento de alguna chispa, tal vez de una llama o llamarada.




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