viernes, 11 de marzo de 2016

VACÍO DE FONDO


La escritura es adictiva. Son pocos los que han conseguido cerrar de veras el pico: Rimbaud, estrafalariamente; Rulfo, con suma elegancia; Pavese, colmo de la paradoja, teatral y aspaventero, avisando, registrándolo calculada y previamente en su diario. 

Probablemente haya ejemplos mejores que no recuerdo o ignoro. También están los ejemplos puros, es decir, aquellos que no tuvieron que callarse porque nunca abrieron la boca, quién sabe si por estupidez, falta de necesidad, impericia o lucidez. Habrá, probablemente, casos y casos. Ya no importan, claro. Nunca importaron. Al fin y al cabo lo único que cuenta, lo que en realidad somos, no es más que lo que hacemos (como dice no sólo Sartre, aunque sólo él intentara construir un sistema basándose en ello). Y aunque la omisión sea también en cierta medida una forma de acto, en literatura el silencio sólo suena cuando previamente se ha hecho ruido. 

Otra cosa distinta es pretender expresar el silencio con el ruido, la ineficacia de todas las palabras en lo que al dolor y al amor se refiere, el absurdo de todos nuestros desvelos, lo ficticio de nuestras ilusiones, lo efímero e irrisorio de toda posteridad. Hasta las piedras serán polvo. La literatura que más me interesa es la que no olvida nunca ese silencio, ese vacío de fondo.

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