El
proceso educativo público, que es tanto como decir estatal, es de lo poco que continúa siendo «gratis» en
nuestras sociedades (piénsese también en ciertos periódicos, emisoras
de radio y canales de televisión). Ni siquiera el agua es tan barata. El
interés en modelar mano de obra cualificada, consumidores fieles
y ciudadanos mansos de segunda es imperioso. La
educación privada, en cambio, queda reservada para la clase dominante.
Lo último que haría tu jefe sería enviar a su hijo a la misma escuela a
la que asiste el tuyo. El deterioro de la enseñanaza pública o estatal es un
deseo de las clases pudientes: cuanto más estúpido permanezca el resto,
más fácil les resultará a los suyos mantener sus prerrogativas. El objetivo es claro: un trabajador lo más especializado,
ignorante, consumista e indolente posible.
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