lunes, 10 de agosto de 2015

EL ANIMAL QUE SE CREE LIBRE


 
¿Qué termina al morir un individuo? En términos globales, prácticamente nada: una conciencia más, otra identidad. Pero ese «prácticamente nada» lo es absolutamente todo para el individuo.

Y si conciencia e identidad individuales son lo único que realmente desaparece con la muerte, entonces, de acuerdo con la física clásica, éstas no eran ni energía ni materia. Así, hasta bien entrado el siglo XX, a pesar del azote de la ciencia, aún podíamos seguir teniendo alma, ese milagro repetido de ser uno mismo (y un milagro es por definición lo que ocurre más allá de las leyes físicas).

Pero la física cuántica lleva ya tiempo dando una respuesta no sobrenatural a la aparición y desaparición de partículas. Y la cosmología parece ir en la misma dirección: Un universo de la nada, reza el título de un libro de divulgación sobre el big bang o —como Octavio Paz prefiriera decir— el gran pum. Y si todo un universo puede surgir de la nada, ¿cómo no lo harán sus partes? Y también: si un universo ha surgido de la nada, ¿resurgirá la nada de un universo? Fascinantes preguntas donde la física y la metafísica vuelven a darse la mano, como les ocurriera a los primeros pensadores.

Sea como sea, resulta tentador imaginar que así como las partículas elementales escapan al determinismo absoluto (tal y como afirma el principio de indeterminación o incertidumbre de Heisenberg), conciencia e identidad pudieran ser una emanación o propiedad de la materia y la energía, mediante la que ciertos organismos vivos cuentan con un mínimo grado de indeterminación (¿de «autonomía»? ¿de «libertad»?) frente a las estrictas leyes físicas del mundo no subatómico.

Somos el animal que se cree libre.

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