
¿Qué termina al morir un individuo? En términos globales, prácticamente nada: una conciencia más, otra identidad. Pero ese «prácticamente nada» lo es absolutamente todo para el individuo.
Y si conciencia e identidad individuales son lo único que realmente
desaparece con la muerte, entonces, de acuerdo con la física clásica, éstas no
eran ni energía ni materia. Así, hasta bien entrado el siglo XX, a
pesar del azote de la ciencia, aún podíamos seguir teniendo alma, ese
milagro repetido de ser uno mismo (y un milagro es por definición lo que
ocurre más allá de las leyes físicas).
Pero la física cuántica lleva ya tiempo dando una respuesta no
sobrenatural a la aparición y desaparición de partículas. Y la
cosmología parece ir en la misma dirección: Un universo de la nada, reza el título de un libro de divulgación sobre el big bang o —como Octavio Paz prefiriera decir— el gran pum.
Y si todo un universo puede surgir de la nada, ¿cómo no lo harán sus
partes? Y también: si un universo ha surgido de la nada, ¿resurgirá la
nada de un universo? Fascinantes preguntas donde la física y la
metafísica vuelven a darse la mano, como les ocurriera a los primeros pensadores.
Sea como sea, resulta tentador imaginar que así como las partículas
elementales escapan al determinismo absoluto (tal y como afirma el principio
de indeterminación o incertidumbre de Heisenberg), conciencia e
identidad pudieran ser una emanación o propiedad de la materia y la energía,
mediante la que ciertos organismos vivos cuentan con un mínimo grado de
indeterminación (¿de «autonomía»? ¿de «libertad»?) frente a las
estrictas leyes físicas del mundo no subatómico.
Somos el animal que se cree libre.
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