miércoles, 29 de julio de 2015

EL MIEDO A LA LIBERTAD



1. No somos pocos los que detestamos este sistema y vemos al final del túnel la peor de las pesadillas orwellianas. Los hay incluso que intentan combatir la situación. No sé si lograrán algo bueno, pero no seré yo (que no muevo un dedo por nada que no me incumba directa e inmediatamente ni por nadie a quien no conozca personalmente), no seré yo —decía— quien les critique antes de empezar. Europa se encuentra hoy en una encrucijada del copón: dejar de ser el timón del mundo y seguir los nuevos modelos de sociedad no occidentales (que en realidad son adaptaciones no europeas de modelos europeos) o reinventarse y volver a «dar buen ejemplo». Esa es la verdadera batalla política que está teniendo lugar hoy en la Unión Europea. La única salvación reside en la capacidad de esos nuevos aspirantes al poder para llevarse el gato al agua y hacerse con las mayorías. En caso de hacerse con el poder político (que, como sabemos, cada vez es más débil frente a los demás poderes), lo que luego harían quién lo puede saber. Pero en principio, a juzgar por lo que dicen los más capacitados de ellos, parece que con frenar esta locomotora loca y desbocada en la que estamos todos subidos en frenético avance hacia el abismo se darían con un canto en los dientes.

2. La masa merece ser tratada como tal; nadie merece más respeto del que se tiene a sí mismo. Y la élite resulta repugnante, a pesar de su talento para ascender o mantenerse en la cúspide de la pirámide social. Por suerte, hay además algunos individuos que ni son ni quieren ser élite o masa, gente que ni desprecia ni envidia, ni reniega ni adora, al menos no excesivamente; pero son los que menos ruido hacen, y a menos que uno tenga suerte y la antena bien sintonizada ni los ve. Entre los casos conocidos, pienso en Camus, que cada día que pasa me parece más admirable; entre los don nadies, yo he conocido en lo que llevo de vida a media docena de ejemplares humanos dignos de admiración y respeto profundos. Son gente que no entiende las relaciones personales jerárquicamente o como «juegos de poder», gente que no afianza la buena opinión que tiene de sí misma comparativamente.

3. No todos somos sadomasoquistas o —para ser más exactos— no todos cedemos a la tentación de convertirnos en monstruos. En este sentido, como en tantos, me aferro a Sartre: en última instancia somos responsables de aquello en lo que nos terminamos convirtiendo, somos lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros. Sin eso, apaga y vámonos de cabeza a la mala fe. No abundan los individuos dispuestos a tener iguales, ya se sabe que lo bueno nunca abunda, pero haberlos los hay. Pero los borregos, eso está más claro que el espacio sideral, son rotunda mayoría y necesitan tanto a depredadores con los que justificar su gregarismo y cobardía como a pastores que les hagan sentirse seguros. Y quien desea ser amo depende tanto del siervo como éste de aquél. Recuerdo leer hace poco una página de Hegel que sí entendí: todo amo —venía a decir— es esclavo de sus siervos.
 
4. En el miedo a la libertad, que dijera Fromm, reside el quid de la cuestión. Lo traduciré a mis propios términos: el miedo a la muerte (en su sentido más amplio: anormalidad, soledad, exclusión, marginación, pobreza) nos esclaviza. Quien no esté dispuesto a dejar de vivir ahora mismo está encadenado. La vida es hermosa porque acaba; y tan pronto como uno teme su acabamiento, le sustrae toda belleza profunda. Nuestra actitud ante la consciencia de la muerte nos hace libres o esclavos. 


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