viernes, 16 de diciembre de 2016

LA RUPESTRE VANGUARDIA



¿Os acordáis de Apollinaire? La crema de la vanguardia literaria. Eso decía el manual en mis años de bachillerato. 

Eran otros tiempos. Fue antes del navajazo asestado a las hermosas letras por la revolución tecnológica e internauta. 

La crème de la crème, el amigo Apollinaire. ¡La cresta de la ola! ¡La mismísima flor de la vaguardia! 

Ya digo que eran tiempos distintos. Bien pensado, su «Corazón, corona y espejo» tiene un eco de pintura rupestre.

domingo, 11 de diciembre de 2016

SOBRE LA NATURALEZA DE PUERTAS, ESPEJOS Y VENTANAS


En toda casa de vecino hay varios modos de abrir boquetes: 1) con una ventana (ventanal o ventanuco); 2) con una puerta (portón o portezuela); 3) con el intento de síntesis de ambos, una puerta acristalada, puertana o venterta; y 4) con un espejo o espejazo, demasiado espejo.

Empecemos por los últimos. Los espejos --a su modo ilusionista, no se olvide-- abren espacios ficticios, copias, falsos dobles, mundos paralelos e intransitables. A la postre, de tanta luminosa reflexión, los espejos, independientemente del tamaño, terminan narcisando mustios.

Las puertas, ah las puertas, correderas, corrientes o giratorias, son artefactos en forma de solapas firmes, opacas y de mayor tamaño que un humano. Estos delgados y firmes artilugios anhelan íntima y hondamente separar espacios, aislarlos, hacerlos invisibles entre sí y protegerlos de sí mismos.

Las comunicativas ventanas, en cambio, esas otras solapas casi trasparentes, son de naturaleza diáfana, fieles aliadas --incluso con cortinas-- del exterior, tan portadoras de una lozana y andaluza curiosidad como posibilitadoras de la más necesaria ventilación.

Las puertas son manufacturas provistas de pulsiones carcelarias y carácter reservado por naturaleza. Me repito.
 
Las ventanas son traslúcidas por puro instinto.  

Los espejos, atractivos abismos.