lunes, 9 de marzo de 2015

El talón de Aquiles de Bukowski.

L A    F L A Q U E Z A    D E L    G O R D O

El talón de Aquiles de Bukowski es que sus versos (o mejor dicho sus líneas) no son memorables. Lo son muchos de sus poemas enteros, sí, aunque no tanto verbal sino semánticamente; es decir: por lo que dicen, no por cómo lo dicen. Para memorizar sin esfuerzo excesivo un poema hace falta que cada uno de sus versos, de principio a fin, resuene. Y «el problema» con los poemas de Buk, valga la paradoja, es que escribía poemas sin escribir versos. 

Tal vez otra razón por la que sus poemas no se fijen más en la memoria sea el hecho de que su personaje poemático esté tan definido. De hecho, ahora que lo pienso, es ése precisamente uno de sus bastiones estructurales, además de uno de sus grandes logros. Pero a fuerza de concreto y real, de cotidiano y próximo, termina «pasándose de rosca». Si ni ahora es la suya una voz con la que todo hijo de vecino pueda identificarse (y por tanto desde la cual mirar, sino más bien una que escuchar, un espectáculo al que asistir), imagínese en unas décadas, y más a la velocidad a la que cambian las cosas. La cotidianeidad de su obra les sonará a chino a los humanos en menos de un par de generaciones, y para bien o para mal la mayoría de sus poemas acontece en el ámbito cotidiano. 

El personaje poemático, sigo con esa idea, está demasiado determinado: varón, una edad, un lugar y un momento concretos, unos hábitos, un día a día detallado, una nacionalidad, una talla y un peso, incluso un nombre propio. Me refiero a sus poemas narrativos, a sus relatos en columna, los cuales —aunque muchos y muy buenos— no se quedan. Y es que se trata casi de «épica» (a pesar de lo que se piensa, en realidad la poesía más fácilmente memorizable sin esfuerzo suele ser «lírica»). Se trata —digo— de «épica»: con sus personajes, su planteamiento, su nudo y su desenlace, a veces incluso su moraleja, aunque casi siempre en clave de humor. Sólo que, en vez de a un juglar cantándonos las supuestas proezas de algún jabato, en los poemas de Buk tenemos a un bebedor con aspiraciones artísticas y en el paro contándonos una epopeya a ras de suelo. No sé si me explico. 

Sin embargo también tiene Buk esos otros poemas fácilmente memorizables, que sí se quedan, en los que el hilo narrativo se adelgaza hasta casi desaparecer y en los que los referentes concretos se difuminan, permitiendo con ello que la voz resulte más universal. 

He aquí un botón de muestra sacado del poemario Love Is a Dog From Hell (1974). Este solo poema expresa el amor mejor que todo Petrarca. La traducción —a ver qué tal es mía. 


 

«Eres un animal —me dice—. 
Con esa enorme panza blancuzca
y esos pies tan peludos. 
Jamás te cortas las uñas 
y tienes las manos como leños, 
como garras de felino. 
Y la nariz brillante y coloradota 
y los cojones más grandes 
que he visto en mi vida.
Y disparas semen como las ballenas esas
que disparan chorros de agua 

por el agujero de la espalda.» 
«Animal animal animal 
—y me besa—, 
¿qué quieres 
para desayunar?»   

viernes, 6 de marzo de 2015

Cervantes, demasiado Cervantes.

N I    M Á S    N I    M E N O S 
Cervantes, atribuido a J. de Jáuregui, c. 1600. 

Muchos escritores agrandan —o al menos lo intentan— los temas que tratan. Si escriben sobre el amor, hacen de él la piedra angular de la civilización; si de la libertad, otro tanto de lo mismo; si de la moral, etc. El ejemplo clásico de nuestra literatura es Lope de Vega. 

Hay otros muchos que en vez de agrandar, empequeñecen sus temas, casi siempre ridiculizándolos. Estos, los satíricos, son menos numerosos que los primeros. Si nos ceñimos al Siglo de Oro, el mejor ejemplo es sin duda Quevedo. 

Por último hay una selecta minoría de escritores que respetan las dimensiones de sus temas. ¿Quién ejemplifica esta categoría? Está clarísimo: Cervantes, demasiado Cervantes.

lunes, 2 de marzo de 2015

Una mezcla de mayordomo y bufón, el artista.

H E L A R T E    P O R    E L    A R T E 

El bufón don Sebastián de Morra (1645), Velázquez.

Patente estetización de la política por medio del kitsch y con fines propagandísticos, a la par que subrepticia politización de la estética con fines igualmente propagandísticos. El arte (basura televisiva o El Quijote, Mozart o Los Beatles, Las Cuevas de Altamira o El Guernica), independientemente de sus creadores, a la postre casi siempre termina funcionando como mera publicidad —más obvia o sofisticada, para el caso es lo mismo— al servicio del establisment. Y los objetivos de toda propaganda política vienen siempre a ser los mismos: represión sonriente o “shiny happy people”, como cantaran los R. E. M.; policía de paisano o autoridad interiorizada; hierros invisibles o esclavitud elástica; en fin, domesticación no traumática. Huxley decía que el grado mayor de esclavitud es la esclavitud inconsciente y voluntaria. La estética, si en manos del poder político, va siempre indefectiblemente a parar a helarte por el arte. Así fue y así sigue siendo. Virgilio perdía el culo por el César; Roma y la Cristiandad adoraban a Virgilio. Una mezcla de mayordomo y bufón, el artista.