lunes, 23 de febrero de 2015

El nacimiento de la comedia

L A    I N S U L T A N T E    C L A R I D A D    
D E    H E R Á C L I T O 
Heráclito (ca. 1630), Johannes Moreelse.

Ningún presocrático tan cercano como Heráclito a la mordacidad, la capacidad de desfascinación, las arremetidas contra todo pilar y la desesperada búsqueda personal de algunos hombres de nuestra era. Sólo una lucidez descomunal pudo hacer que un griego escribiera hace dos mil quinientos años «me investigué a mí mismo» o que afirmara que las cosas son justas o injustas para el hombre. «Todo sucede según discordia y necesidad», decía, y lo sabía porque así ocurría en él. «La necesidad hace a la salud agradable y buena; el hambre, a la saciedad; la fatiga, al reposo», repetía, y definía la guerra como la madre de todas las cosas, tal y como ha demostrado la civilización occidental que entonces nacía.  

Nadie con su irreverencia entre aquellos protoeuropeos. Mal entendida por sus comentaristas fue la humorada que profirió ante las abundantes majaderías de sus contemporáneos respecto al tamaño del astro rey: «El tamaño del sol es del ancho de un pie humano», se despachó. Su honestidad y fortaleza quedan resumidas en estas palabras: «este mundo, el mismo para todos, ninguno de los dioses ni de los hombres lo ha creado». 

Ya este efesio de claridad insultante —apodado paradójicamente «El Oscuro» por la ceguera de su tiempo— supo que las opiniones son «una enfermedad sagrada». Quizás por ello diera rienda suelta a las suyas. 

De sus compañeros de especie dejó dicho —en un tono más acorde con ciertos autores del siglo XX que con el Zeitgeist de su época— que «una vez que nacen quieren vivir y tener su muerte y dejar tras de sí hijos que generen muertes». 

No fue menos corrosivo con los «clásicos» de su tiempo. «Mucha erudición no enseña comprensión; si no, se la habría enseñado a Hesíodo y a Pitágoras», se atrevió a sentenciar. Y no satisfecho con ello, calificó a Pitágoras de «iniciador de fraudes» y «plagiario».  

De Homero llegó a decir que era un mero «astrólogo» «digno de ser expulsado de las competiciones y azotado». Lo mismo pensaba de Arquímedes. 

Del ancestral respeto a los muertos se despachó con estas palabras: «Los cadáveres deberían ser arrojados al estiércol». 

Todo esto sin entrar en sus pensamientos de mayor calado popular, algunos de los cuales («Todo se mueve y nada permanece y en el mismo río no nos bañamos dos veces» o «Cambiando se descansa») ya fueron repetidos hasta la extenuación durante la Antigüedad y aún hoy siguen siendo pasto de nuevos poetas y de refraneros.

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