Un hombre solo en movimiento aparente; el movimiento es alejarse o acercarse. Luz incisiva inunda el mar y se zambulle en él coloreándolo.
La
escena carece de un cuándo y tiene lugar siempre: agua, espejo líquido
del cielo, omnipresencia curva, océano. Tampoco hay tierra firme o si la
hay la barca no está en condiciones de alcanzarla.
En
cualquier caso, el tripulante hambriento continúa remando sin
interrupción, sacando fuerzas de flaqueza para remar una vez más y otra,
solo ante la inmensidad vacía cuyos límites desconoce o no existen.
También
ignora el rumbo (le faltan mapa y referentes: un sol eterno no se
mueve) y sabe que es cuestión de tiempo (esa presencia) que el naufragio tenga lugar.
¡Jamás acaba el
horizonte! No cesa nunca este desierto líquido… Pero sus brazos
obstinados siguen remando; sigue el remero remando en pos de ningún
sitio.
No sé si el horizonte está en los ojos o en la mente. Pero sí parece que un naufragio fatal es como la vida, aun sabiendo el resultado final, uno no deja de remar.
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