![]() |
Lavabo y espejo (1967), Antonio López. |
El destino no existe y las
excusas dignas tampoco. Somos lo que hacemos y lo que
dejamos de hacer, lo que hacemos de nosotros mismos. Negarlo a
estas alturas u honduras históricas resulta cuando menos cínico, por no llamarlo ingenuidad. Pero hay que reconocer que
dentro de unas reglas del juego; y no me refiero sólo a las reglas
sociales (Sartre: «Somos lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros») sino también a las biológicas.
Para empezar no hemos nacido, sino que nos han nacido, que we have been born, que nos han arrojado al mundo.
Además somos mamíferos y no vegetales, humanos y no perros, sanos y no
tarados, lúcidos y no imbéciles. Yo no me he hecho a mí mismo ni 1) varón
ni 2) sano ni 3) lúcido; tampoco lo hicieron mis padres, aunque es cierto que en los puntos
segundo y tercero colaboraron con la naturaleza. Pero a partir de esos
rasgos definitorios, lo demás es cosa mía: dónde estoy, cuándo, cómo y
por qué; es decir: qué soy, qué me hago.
Pero hay más. Somos autores de nuestra propia vida en el mismo sentido
en que lo somos de una obra: el resultado no suele tener mucho que ver
con lo que nosotros quisimos hacer de ella. Somos lo que nos hemos hecho
y lo que estamos haciendo, pero no seremos lo que queramos. No
sé si me explico. Hablar de nosotros mismos como de una unidad
consciente —y que nos pertenece— es engañoso. Nuestra conciencia es
parte de una unidad que se nos escapa y que no podemos aprehender.
Nuestra conciencia está al servicio de nuestra totalidad, que la supera.
Por eso la conciencia casi siempre yerra; y cuando acierta, las más de
las veces lo hace a posteriori.
Somos
una alfombra enrollada que antes de abrirse ya contiene en sí todo lo
que será extendida (todo excepto el polvo que acumulará con el uso y la erosión por las pisadas reincidentes),
pero que antes de estar abierta no puede ser
contemplada.
Ser es un estar de paso, y no los pasos para estarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario