Me escribe el amigo
que cómo es, que cuándo y para qué, que dónde poesía. Y me quedo atolondrado y
quieto como liebre nocturna en la autopista, enceguecido por los faros del abalanzado
camión de interrogantes que raudo y rotundo contra mí se precipita, e
hipnotizado por la luz de las preguntas amago atentados de respuesta.
¿Invisible belleza? ¿Danza
mental? ¿Música de la lengua? ¿Chisporroteo verbal? ¿Canto en silencio?
¿Saber alegre?
¿Claridad y misterio? ¿Búsqueda del hallazgo? ¿Fogonazo del ensimismamiento?
¿Verdad piadosa? ¿Mentira edificante?
¿Narcisismo venial? ¿Derrota
digna? ¿Forja de la identidad? ¿Exageración insuficiente? ¿Un alto pasatiempo?
¿Dicha triste?
¿Lametón de heridas? ¿Amor propio no correspondido? ¿Autodesconocimiento?
¿Intento de invención
del horizonte? ¿Aceptación de límites?
¿La calma en el ojo del huracán, como dijera Jeffers?
¿Crucigrama sin
preguntas? ¿Pregunta sin respuesta?
Uf. Casi mejor no
saberlo.